consolidando el vigor de los grandes grupos.
Lo cierto es que la década se abrió con el deseo de que el público adulto volviera a las salas. Por desgracia para los promotores de la medida, los estudios de mercado aún demostraban que la mayor parte de la audiencia estaba formada casi exclusivamente por adolescentes. En todo caso, surgió un grupo de cineastas independientes que reclamaba la herencia de los setenta y se dirigía a una audiencia madura, tanto por su edad como por sus ambiciones intelectuales. En dicho grupo se distinguieron tipos sumamente interesante. Por ejemplo, John Sayles, Ang Lee, los hermanos Coen, Edward Burns, etc…
Junto a las producciones de George Lucas y Steven Spielberg –aún más respetado tras el lanzamiento de la magistral La lista de Schindler (1993)–, nos encontramos con los esmerados trabajos de otros norteamericanos.
A la delicadeza de James Ivory (Regreso a Howards End, 1992), se sumaban la sorprendente y prolífica trayectoria de Woody Allen (Misterioso asesinato en Manhattan, 1993; Poderosa afrodita, 1995; Todos dicen I Love You, 1996) y la imaginería bizarra de Tim Burton (Eduardo Manostijeras, 1990; Ed Wood, 1994; Pesadilla antes de Navidad, 1995; Mars Attacks!, 1996).
La generación del vídeo impuso nuevos modos de narrar, influidos por las novelas baratas, la televisión y los cómics. Desde el primer momento, el espectador medio agradeció esa combinación de diálogos de historieta, planificación dinámica y violencia estilizada que fue patentada por Quentin Tarantino, Tony Scott, Robert Rodríguez y Oliver Stone, y que se convirtió en la baza de títulos como Reservoir Dogs (1992), Amor a quemarropa (1993), Pulp Fiction (1994), Desperado (1994) y Asesinos natos (1994). Cuando vi Pulp Fiction sabía que Tarantino iba a formar parte de otros de mis directores favoritos seguido de Robert Rodriguez.
Si algo tenían en común todos estos largometrajes era la presencia de Tarantino en los créditos. Quizá por ello, se comenzó a hablar sobre el tarantinismo como una corriente con valor propio.
Junto a esas propuestas postmodernas, el cine convencional de aventuras aún demostraba su eficacia, alcanzando algunas cotas singulares con Maximo riesgo (1992), de Renny Harlin, y El fugitivo (1993), de Andrew Davis.
Por aquello de que nunca es malo aprovechar las sinergias del mercado, los best-sellers del momento fueron llevados a la pantalla sin pérdida de tiempo. Esto hizo ganar merecidísimas fortunas a escritores como Stephen King (La mitad oscura, 1992), Tom Clancy (Peligro inminente, 1994), Michael Crichton (Parque Jurásico, 1993) y John Grisham (El cliente, 1994).
Con la misma intención comercial, el universo del videojuego empezó a trasladarse al cine. Dos cintas muy mediocres fueron pioneras de esta corriente, Super Mario Bros (1993) y Mortal Kombat (1995). Por suerte, el modelo fue perfeccionándose, y en la década siguiente proporcionaría más de una obra interesante.
No está de más dedicar unas líneas a la campaña promocional que originó la adaptación de la novela, Parque Jurásico (1993), de Steven Spielberg. Digámoslo con claridad: si el público acudió a las salas, al margen del sello de calidad que ofrece el nombre de Spielberg, es porque la moderna tecnología digital había permitido unos efectos portentosos, llamativos por sí solos. Es aquí donde quedó establecido que un éxito contundente desde el primer fin de semana por fuerza debía ser también una película de efectos especiales.
Los efectos especiales fueron utilizados sin discriminar lo necesario de lo superfluo, y acabaron convirtiéndose en el signo distintivo de la ciencia-ficción y el thriller de acción de los noventa. Ello encareció los costos de producción y forzó una carrera tecnológica en la que el más difícil todavía fue una constante. La elaborada producción deWaterworld (1995), de Kevin Reynolds, fue una muestra indicativa. El guión, tirando a previsible, no era la baza decisiva de este film. Lo verdaderamente llamativo era la compleja imaginería acuática que, gracias a los efectos especiales, era mostrada en pantalla.
Por distintas razones, las tres películas más influyentes de la década en Estados Unidos fueron Titanic (1997) de James Cameron; Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), de Steven Soderbergh, demostración de que el cine independiente podría ser taquillero; y Reservoir Dogs (1992), de Quentin Tarantino, cuyo influjo en el thriller fue destacadísimo.
Miramax Films, la compañía productora de Pulp Fiction (1994), fue adquirida por Disney, que a lo largo de la década consolidó su liderazgo en el campo del dibujo animado a través de títulos como La bella y la bestia(1991), Aladdin (1993) y El Rey León (1994). Corría el año 1995 cuando el primer largometraje de animación digital, Toy Story, fue producido por una filial de Disney, Pixar Animation Studios.
Claude Zidi tradujo a imágenes un cómic de Uderzo y Goscinny, Astérix y Obélix contra César (1999), una desigual película que se convirtió en otro fenómeno taquillero.
Kathy Bates gana el Oscar por Misery, otra adaptación de una novela de Stephen King. 1991 es el año de Terminator 2. El film era el más caro de la historia hasta la fecha, y contaba con unos impresionantes efectos especiales realizados por ordenador. A partir de Desafío Total (1990) y Terminator 2 el ordenador cobra una importancia primaria en el mundo de los efectos especiales, que se irá incrementando con el paso de los años.
Marian Lacida:
ResponderEliminarEn estas entradas nos narra la historia del cine Americano y su influencia. Nos explica las películas más significativas de cada década desde los años 20 a la década de los 90
Nos encontramos en apartado número 1 de la programación de media.Las fotos corresponde con las distintas carteleras de cine y nos presenta algunos vídeos de películas.Me ha gustado recordar varias de mis películas favoritas